Capítulo XVII
Era un extraño sentimiento estar continuamente dentro del edificio. No se volvía aprisionador, puesto que la puerta funcionaba perfectamente hasta para una persona, siempre que llevase con él por lo menos un artículo reconocible como de construcción metálica artificial. Constituía una sensación particularmente satisfactoria aproximarse a las enormes masas con una unidad comunicadora o una pistola extendida por delante de uno y hacer que un millón de toneladas de metal impregnable se deslizasen suavemente a un lado para revelar un pasaje de un metro de ancho y treinta de alto.
De noche se estaba algo mejor fuera, pero no mucho. A pesar de las anteojeras, tarde o temprano el polvo se acercaba insistentemente a los ojos. Y hacía mucho frío.
Tse-Mallory y Truzenzuzex habían estado volcándose sobre el gigantesco aparato, escudriñando detrás de los paneles que se podían abrir en la pared gris pizarra, ignorando aquellos que no lo hacían. No tenía sentido forzar la entrada y arriesgarse a romper el complicado artefacto, cuando podían pasar años en las porciones que no se resistían. Y no disponían de años. Por tanto, continuaron desapareciendo en el interior de las entrañas expuestas del Krang sin mover un solo cable de su sitio, pisando con el mayor cuidado, por miedo a desplazar algún circuito vital de su posición correcta; mientras los científicos y Malaika trabajaban sobre el enigma de la máquina, Atha y Flinx algunas veces llevaban el reptador a la gran ciudad. Wolf se quedaba para ayudar a Malaika y Sissiph para estar cerca de él. Así que Flinx tenía la cúpula de observación del reptador prácticamente para él solo.
Le era difícil creer que estas estructuras en ruinas y bajo una capa de polvo de siglos, que conservaban su belleza, hubiesen sido levantadas para alojar a la raza más amante de la guerra conocida en la galaxia. El pensamiento lanzaba un inevitable manto funerario sobre las silenciosas ruinas. Poco que pudiese considerarse como decoración era visible en los exteriores de las estructuras destrozadas por la arena, pero eso no quería decir mucho necesariamente. Cualquier cosa que no formase parte del soporte real del edificio habría sido erosionada hacía mucho. Y viajaban muy por encima de lo que había sido antes un gran bulevar. La propia calle estaba en algún punto muy por debajo, enterrada bajo milenios de arena y suelo en movimiento. Si lo reconocían como tal bulevar, era sólo a causa de la ausencia de edificios. Probablemente esta ciudad había sido cubierta y descubierta varias veces, por lo menos un centenar, demoliendo cada ciclo una porción de su aspecto original. Habían observado pronto que un suave campo electrostático aparecía regularmente todos los atardeceres y limpiaba la acumulación diaria de polvo y desechos de la base del Krang en la anchura del círculo blanco-amarillo. Pero en la ciudad no se observaba un cuidado semejante. Por las tardes, cuando el sol se ponía, las arenas adquirían un rojo de sangre y las masas de los edificios huecos brillaban como topacios y rubíes en un fondo de cornalina. El constante e incesante viento estropeaba la ilusión de belleza y los altos y bajos de su gemido parecían el eco de la maldición de todas las razas subyugadas alguna vez por los Tar Aiym.
Y ni siquiera sabían qué aspecto habían tenido.